El juego del escondite
Ayer por la tarde ya cansada
de poner dibujos (educativos seleccionados por temas y en varios idiomas) me
acordé de las tardes en la calle en el barrio de mi abuela jugando con las
niñas. Precisamente el olor trajo a mi recuerdo el juego del escondite.
Ese
olor que desprende la pared de cemento al sol mientras vas contando hasta
veinte e imaginas dónde se habrán escondido los demás. No podía dejar pasar más
tiempo para jugar con Olaya aunque fuese en esta pequeñita casa donde vivimos.
Y así fue, con ayuda de su padre, que es otro niño grande, empecemos a jugar.
Nos
escondimos por todo la casa ayudando a Olaya, detrás de las puertas, dentro de
la ducha, entre los peluches, al lado de la cama y mientras íbamos jugando, recordaba
las reglas del juego. Con el fin de que lo entendiera hicimos un poco de trampa
al principio. Reímos mucho, nos asustamos al ser encontrados, corrimos a
salvarnos como si nos fuera la vida en ello y por un momento dejamos de ser
papá y mamá para jugar. Estuvo muy bien, el corazón volvió a latir fuerte
cuando se acercaban a mi escondite y las ocurrencias de la peque nos hacían
escapar la risa…
Y después llegó la
reflexión, la invitación a jugar a los juegos tradicionales, al contacto con el
medio y con el compañero, al esfuerzo físico y lo más importante a la
diversión. Podría diseccionar la actividad del juego del escondite y resaltar
sus beneficios al estilo de las inteligencias múltiples, o lo emocional, o tal
vez en otra metodología de moda con el fin de captar la atención de más
lectores, pero no.
No me apetece, todos sabemos
las reglas del juego, jugamos desde pequeños, simplemente tenemos que jugar con
nuestros hijos con lo que nosotros jugamos. No sólo desarrollarán tal o cual
aspecto, sino que nos conocerán mejor, como fuimos y porque somos ahora así, y
eso creo que es uno de los mejores conocimientos que les podemos otorgar.
Conocer sus raíces, el
porqué de su yo y….. nosotros.